sábado, 12 de abril de 2008

Sermón del 11 de abril

Ya llevamos seis de los siete pecados capitales. Y éste os hará poneros verdes: la envidia.
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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, nos encontramos ya próximos al final del repaso que estamos dando a los Pecados Capitales. Porque hay que recordar que, en lugar de estar tranquilamente viendo la tele como todo hijo de vecino, algunos nos preocupamos por que la moralidad y las buenas costumbres no se corrompan del todo en esta disoluta sociedad en que nos encontramos. La batalla es ardua, pero estamos dispuestos a afrontarla, a garrotazos si es preciso, con tal de desterrar el vicio y la blasfemia de vuestras almas.

Así pues, toca continuar con la lista, en la que vamos por el sexto. Hoy hablaremos del más ponzoñoso y despreciable: la envidia. O como dice el populacho, el “culo veo, culo quiero” de toda la vida. Y es que hay impíos a quienes su cerrada mollera no permite ver que no todos somos iguales y que, por mucho que se empeñen, los que tenemos un cierto estatus somos inalcanzables para las gentes de poca fe. Demócratas de pacotilla…

Una vez más, recurrimos a nuestro bienamado diccionario, que esta vez no nos habla de apetitos desordenados: para la Real Academia, la envidia es simplemente el “deseo de algo que no se posee”. Todo viene de los niños, de esos proyectos de hereje, carnes de barbacoa del Averno, que hasta que la Santa Biblia les endereza (no en vano sus mil y pico páginas la hacen bastante contundente) no son más que un manojo de perversiones en miniatura. Es bien sabido que los infantes son particularmente propensos a montar el numerito en público a sus abochornados padres cuando ven a un congénere con algún juguete nuevo. La matemática no falla: mayor será el berrinche cuanto más caro sea el chisme del que se hayan encaprichado.

Ya de mayores, cuando los críos se vuelven más talluditos, se envidian otras cosas, habitualmente asociadas a otros pecados no menos capitales: desde prosperidad económica (pura y dura avaricia) hasta bienes materiales de todo tipo (casas, coches… codicia en estado puro), pasando, por supuesto, por la depravación de la lujuria: seguro que todos vosotros, pandilla de descreídos, le habéis echado el ojo, o más cosas, a la pareja de alguna de vuestras amistades. Debéis asumir, crápulas, que si Nuestro Señor le ha dado a cada persona una serie de virtudes y propiedades, bien dadas están. Dios usa un complejo sistema informático, desarrollado por una conocida compañía americana especializada en sistemas operativos, que asigna a cada uno lo que le corresponde. ¡A ver si ahora vais a saber vosotros más que la maquinita!

Y en caso de que no os guste lo que os haya tocado, resignación, que al Supremo Creador no le gusta que le lleven la contraria. Tomad ejemplo de San Cucufato. Lleva meses con la gotera en su capilla, porque como sois una cuadrilla de inmorales no entregáis vuestro diezmo y no hemos podido llamar aún a los albañiles. Y en el altar de enfrente, San Facundo, el de las pipas, radiante y resplandeciente, sin paraguas ni impermeable ni nada. ¿Le habéis oído quejarse alguna vez? ¡Pues ya sabéis cuál es el buen camino!

Hala, hermanos, rezadme 800 avemarías, ¡y no pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!