miércoles, 9 de abril de 2008

Sermón del 4 de abril

Quinto Pecado Capital de la serie: la gula. Como se entere nuestra cocinera...
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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, hay que continuar con el proceso de limpieza y depuración de toda la morralla que tendréis en vuestra alma después de tantos años de desenfreno. No podéis presentaros en el Juicio Final con tanta corrupción en el espíritu, porque luego Nuestro Señor hace las estadísticas de condenas eternas por diócesis y a los que se nos cae el pelo es a los que velamos por el bienestar moral de la sociedad. Y porque vosotros seáis una caterva de impíos no tengo por qué quedarme yo sin mi paga extra.

Por tanto, avanzamos con el repaso a los pecados capitales que tenemos a medias desde hace unas semanas. Si las cuentas no me fallan vamos por el quinto, que no es otro que la gula. Es este uno de los pecados más peligrosos: todo el mundo dice que lo intenta evitar pero muy pocos lo consiguen. Nadie se resiste, por ejemplo, a esa tentación del maligno que responde al nombre de chocolate. Del suizo, no del marroquí.

Nuestro bienamado diccionario nos saca una vez más del atolladero, definiendo a la gula como “apetito desordenado de comer y beber”. Pero hoy, por variar, la palabra más determinante no es el habitual “desordenado”, sino el “apetito”. Si se tiene hambre, si está la barriga vacía, el Señor justifica que zampéis todo lo que os dé la gana y os quepa entre pecho y espalda. Pero como bien dicen las madres, que todo lo saben, para hacer hambre hay que gastar energías, hay que moverse, hay que ponerse a trabajar. Dios no quiere un ejército de ociosos, que luego no llegan a fin de mes y no tienen para echar en el cepillo de la parroquia más que unos escasos céntimos. Que así no vamos a poder arreglar nunca la gotera de San Cucufato, ¿y quién va a rezarle a un santo que tiene puesto un anorak?

Por otra parte, es importante no sólo cuánto se come, sino sobre todo qué se come. Habéis de saber, bestias descreídas, que la democracia no ha llegado al mundo de la alimentación. Está escrito que las hamburguesas y las patatas fritas son abominaciones que os acercan al infierno a cada bocado que tiráis. Sin embargo, hay otros productos más elevados, que a ojos del Señor son inofensivos: jamón ibérico, angulas, caviar, ese tipo de género, del que podéis comer hasta reventar sin más peligro que una indigestión que os lleve al Cielo un poco antes de la cuenta.

Una última advertencia: guardaos de los cocineros que van de creativos e innovadores y sirven raciones ridículas con salsas de colores imposibles, queriéndolas hacer pasar por auténtico maná, y cobrándolas a precio de oro. No se puede engañar a la Divina Providencia: un pincho de tortilla no deja de ser un pincho de tortilla, por mucho que se le llame “fantasía de huevo reconstruido”, y que por triple coste la cantidad servida sea un cuarto de la habitual. ¡Ay del tabernero que, amparándose en la cocina moderna, pretenda colocar menos de tres rajas de chorizo en el bocata!

Hala, hermanos, rezadme ochocientas avemarías, no os olvidéis de bendecir la mesa, ¡y tampoco pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!