lunes, 31 de marzo de 2008

Sermón del 28 de marzo

De resaca de la Semana Santa, el Padre Marciano nos trae el cuarto pecado capital: la ira.
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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, os imagino enterados de que la Semana Santa, la más importante semana del año para las gentes de buena fe, ya ha llegado a su término. Podéis volver a meter en el armario los cirios y los capirotes, y los costaleros pueden pasarse ya por el traumatólogo a que les vuelva a colocar las vértebras: el niño del Jefe, que se bajó a la Tierra a ver si ponía un poco de orden y acabó el pobre clavado en un tablón cual vulgar alcayata, ya ha resucitado y le ha dejado las llaves del garito a un tal Pedro, para que deje entrar a quien se porte bien. Que no será ninguno de vosotros, cuadrilla de descreídos, que lo único que queréis saber de la Semana Santa es que ni se trabaja ni hay clases.

Esto no quiere decir que ahora haya barra libre para pecar sin mesura. Al contrario, ahora está el niño vigilando desde arriba y se puede chivar a su padre si ve que sois desobedientes. Así que es imprescindible continuar con el repaso de los pecados capitales, porque con Dios Padre no conviene meterse: de por sí es un tío bondadoso pero si le tocan la moral muerde, y a veces hasta gruñe.

Vamos ya entonces con el cuarto de la lista: la ira. Que son esos momentos en los que se nubla la vista y entran ganas de liarse a guantazos con lo primero que se pille por delante. Nuestro querido diccionario, como de costumbre, la define como “apetito o deseo desordenado de venganza”. La clave, igual que siempre, está en la palabra mágica: desordenado. Tantas veces que os habrá dicho vuestra madre que ordenéis la habitación y no os dais por enterados… pues al Señor hacedle caso y ordenad vuestra alma, que si no lo de castigaros sin postre en la cena os va a parecer un chiste.

Si es que en el fondo todo esto de la fe y la rectitud es muy facilón. Consiste en tomarse las cosas con calma, en relajarse. Por ejemplo, durante un examen un compañero se copia de vuestro ejercicio y acaba sacando él una nota más alta. Nuestro Señor acepta y comprende que entren ganas de abrirle la cabeza con un bate de béisbol en ese mismo momento. Pero no, hay que ser ordenado, más que nada porque si se hacen las cosas a lo loco acaba todo lleno de sangre y es un asco. Debéis ser más sutiles, más refinados. Quitarle la novia, rajarle las ruedas del coche, prender fuego a su casa… creatividad, ante todo creatividad. El infierno está lleno de chapuceros improvisadores.

Jamás hay que dejarse llevar por los instintos más bajos. Antes bien al contrario, hay que procurar elevarlos, purificarlos, sublimarlos, hasta alcanzar una altura que merezca el beneplácito de Nuestro Señor. Y si ya en esa ascensión de paso se os ocurre una buena coartada, mejor que mejor. No olvidéis que en el cuerpo de policía hay mucho ateo suelto.

Hala, hermanos, rezadme seis mil credos, ¡y no pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!