martes, 25 de marzo de 2008

Sermón del 14 de marzo

Continúa el ciclo de Pecados Capitales con el que más estabais esperando: ¡la lujuria!
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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, se acerca la Semana Santa, época de especial relevancia para las gentes de buena fe. Por eso, ahora más que nunca es muy importante recordar los pecados capitales, para que vuestro cuerpo y vuestra alma estén libres de toda mancha y preparados para recibir al Señor. Eso sí, aunque hayáis oído que han inventado unos cuantos nuevos, nosotros por ahora seguimos con los de toda la vida. Ya tendremos tiempo de analizar detenidamente los que el delegado del jefe se ha sacado de la manga.

Así pues, retomamos nuestro ciclo, en el que íbamos por el tercero de los siete. Nos estamos refiriendo a la lujuria. Que es además el más gordo de todos, y el que practicáis con más alegría, malditos depravados. Bueno, los que podáis, que dicen que la cosa está muy mala.

Lujuria, nos dice el diccionario, es el apetito desordenado por los deleites carnales. Y eso de “carnales” no va por los solomillos ni el jamón serrano, que de eso, salvo los viernes de cuaresma, podéis zampar lo que os dé la gana sin que Nuestro Señor se mosquee. Se refiere a carne de la otra, de la que está viva y tiene dos patas, o tres en según qué casos. Que también hay que se la come, y precisamente esa es una de las muchas formas de pecar contra la santa castidad que se predica desde los templos. Porque habéis de saber, cuadrilla de herejes, que la lujuria es uno de los vicios que más variedades admite a la hora de pecar.

No es tarea de esta sección analizarlos todos, porque como de sobra sabréis bastantes de vosotros, panda de blasfemos, las posibilidades son casi infinitas. Basta con decir que eso que tenéis entre pata y pata, lo colocó ahí Nuestro Señor única y exclusivamente para que fabriquéis personitas nuevas. Todo lo que se salga de ahí, sea por donde sea y desde donde sea, os conducirá de cabeza al rincón más ardiente del infierno.

Por eso, para que el mundo entero no se convierta en una gigantesca sucursal de Sodoma y Andorra, ya los misioneros reglamentaron hace algunos siglos la técnica ortodoxa para cumplir con tan sacrosanta misión. Si tenéis alguna duda, sobre todo vosotras, mujeres, de carne débil y más propensa al pecado desde lo de Eva y la manzanita, podéis pasaros por vuestra parroquia de guardia y pedir una demostración práctica. Todo sacrificio es poco para la salvación eterna del alma.

Hala, hermanos, rezadme ochocientos rosarios, ¡y no pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!