martes, 1 de julio de 2008

Sermón del 27 de junio

El padre Marciano cierra la temporada con lo que todos estabais esperando: el capítulo de Sodoma y Gomorra.

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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, cuando Nuestro Señor creó este mundo en el que vivimos, inventó las estaciones, para que la existencia no fuera tan aburrida. Así, pasamos de los gélidos fresquitos invernales a asarnos a fuego vivo ahora que ya ha llegado el verano. Y eso sin tener en cuenta el castigo divino del Cambio Climático, por vuestras contaminantes blasfemias.

Lo que pasa es que a Dios se le fue un poco la mano con el termostato del cuerpo, y un aumento de la temperatura genera un incremento extraordinario en el nivel hormonal. Y eso trae como consecuencia que el Maligno lo tenga más fácil para tentaros con el pecado. Así que, antes de irnos de vacaciones, hemos de recordar la historia de Sodoma y Gomorra, para que sepáis lo que os puede ocurrir si no os dais suficientes duchas frías y os dejáis caer en los brazos de la lujuria.

Hace ya bastante tiempo, cuando todavía no se había inventado la televisión y la gente no tenía con qué pasar el rato, había un par de ciudades cerca del Mar Muerto, que como habréis podido adivinar se llamaban Gomorra y Sodoma. La gente de por allí tenían fama de tener costumbres, digamos, bastante relajadas. Aunque alguno se salvaba: había por ahí un tal Lot, sobrino de Abraham, que vivía allí por negocios y que era más o menos buena gente. El Señor, mosqueado porque él había dado unos cuantos mandamientos y en esos pueblos nadie les hacía caso, en otro de sus arrebatos pacíficos y moderados decidió mandar una lluvia de fuego para destruirles un poco.

Abraham intercedió por su parentela y Dios accedió a salvarles: mandó unos ángeles a Sodoma para que les rescataran. Lot, de natural agradecido, invitó a los enviados celestiales a que se quedaran en su casa a tomarse unas cañas. Lo que pasa es que los sodomitas vieron a los querubines tan guapos, tan rubios, con sus túnicas blancas y sus alas, que exigieron a Lot que se los entregara para llevar a cabo sus abominables perversiones con ellos. Éste intentó apaciguarles ofreciendo a cambio a sus dos hijas vírgenes, pero no hubo manera: las masas encolerizadas intentaron hasta derribar la puerta de la casa. Ahí fue cuando los ángeles, que no dejaban de tener enchufe con el Señor, sacaron su mala leche, cegaron a los asaltantes y sacaron de la pecadora ciudad a Lot y familia justo cuando empezaba a chispear azufre.

Como reflexión final, hoy quiero dejaros de manifiesto una omisión de las sagradas escrituras. El numerito de los ángeles, y la sabiduría popular, dejan más o menos claro cuál es el innoble vicio de los sodomitas. ¿Pero qué pasa con los gomorritas? ¿Por qué les castigó Nuestro Señor si no se conoce con precisión su falta? No sabemos qué, pero sin duda algo habrían hecho. Que os sirva esto, panda de herejes, para ser temerosos del juicio de Dios, que todo lo sabe y el día menos pensado os podrá recordar hasta el más insignificante moco que os hayáis sacado en un semáforo.

Hala, hermanos, rezadme cien padrenuestros, hoy poquitos, que estamos de vacaciones, ¡y no pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!