sábado, 10 de enero de 2009

Sermón del 5 de diciembre

El Jefe se ha apiadado del Padre Marciano y por fin le ha dejado seguir con los Mandamientos. Esta vez tocaban el quinto y el sexto.

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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, confieso que había empezado a desconfiar del Señor, porque por más penitencia que hacía en vuestro nombre, por más que intentaba expiar vuestros pecados (que no son pocos), no había manera de terminar de contaros los Diez Mandamientos. Ya me había rendido y todo. Pero se ve que hoy Dios se ha levantado de buen humor y me permite continuar sin interponer ninguna noticia blasfema en mi camino.

Así que aprovechemos la oportunidad, no vaya a ser que Satán se despierte y mande al infierno todo mi esfuerzo. Si no recuerdo mal habíamos despachado los primeros cuatro mandamientos, a saber, amar al Señor, no ponerse pesao, santificar las fiestas y honrar a los padres. Es decir, que Dios os da permiso para salir de juerga si luego cuando volváis a casa no despertáis a vuestros padres. Y que con estas condiciones todavía siga habiendo ateos…

Entonces hoy tocan el quinto y el sexto. El que hace el número cinco, y no me salgáis con la rima que me pongo a consagrar hostias, es muy fácil y muy sencillo de contar: “no matarás”. La vida la creó el Señor en esa semana que le dio por trabajar, y no os creáis que le resultó ni medio fácil, que para llegar a ser todopoderoso hay que estudiar mucho, así que a Dios no le hará mucha gracia que os carguéis su obra. Además, precisamente para eso hizo el Señor a la gente con sangre por dentro, para que si pecan contra este mandamiento se les manche la camisa de sangre y la tengan que tirar, porque esas manchas no salen.

Más complicado es el sexto, que dice “no cometerás actos impuros”. Porque claro, el concepto de pureza es muy ambiguo: mientras que para unos lo puro es lo elevado, lo espiritual, la esencia de las cosas, para otros no es más que un cigarro maloliente. Llegados a este punto, queridos hermanos, os recomiendo encarecidamente que no fuméis, pues el humo es una clara señal de Satán. Y las consecuencias pueden ser terribles: os arriesgáis a que se os quede una voz como la mía…

Queda claro, por tanto, que el Señor considera igual de perverso ir por ahí acuchillando gente que meterse un paquete de tabaco entre pecho y espalda. De hecho, los mensajes que aparecen en las cajetillas diciendo que fumar mata y otras cosas tan divertidas son por imposición nuestra, porque si no la ponían el director de la Tabacalera se arriesgaba a terminar él mismo convertido en humo en las calderas del Averno. Así que ya que pecáis, porque como tantos otros este vicio es imposible de erradicar, sabed que con cada calada estáis destinando parte de vuestro sueldo precario a arreglar la gotera de San Cucufato, que por cierto, me ha dicho que os dé las gracias y que las velas que le pongáis, sin nicotina, que ya tiene suficiente.

Hala, hermanos, rezadme doce mil credos, no aliñéis el tabaco, que os conozco, ¡y no pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!