martes, 4 de noviembre de 2008

Sermón del 17 de octubre

La semana pasada el Padre Marciano explicó dos de los Diez Mandamientos. Pues hoy tocan dos más, para que poco a poco os vayáis haciendo mejores personas.

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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, la semana pasada os empecé a hablar de los Diez Mandamientos, que son las normas que el Señor nos da para que seamos buena gente y no acabemos en la hoguera. A estas alturas no creo que sea necesario recordaros que son de obligado cumplimiento, porque Dios os tiene vigilados y es mucho más estricto que cualquier profe que os podáis encontrar. Así que abrid bien las orejas, que esto es importante.

El Señor es, ante todo, un tipo de lo más organizado: cada cosa va en su sitio y a su debido tiempo; para eso inventó el tiempo y el espacio, y más tarde se sacó de la manga los relojes y los mapas. A lo que vamos: a razón de dos por día, si empezamos hace una semana, hoy tocan los mandamientos número tres y cuatro. El anterior viernes, como recordaréis, os conté los dos primeros, que se resumen en que hay que amar Dios, pero sin ponerse pesado; a los ojos del Señor, los babosos de discoteca tienen sitio preferente en el Averno.

Por tanto, pasamos al tercer Mandamiento, que dice “Santificarás las fiestas”. Porque el Señor, en el fondo, aunque no os lo creáis, se parece un poco a todos nosotros, o mejor dicho al revés, que nos creó a su imagen y semejanza. Y lo de trabajar más de la cuenta, como que no. Si no, se hubiera esmerado un poco más a la hora de hacer el mundo, no sólo los siete días aquellos, y encima con uno de descanso. Así le pasó, que no se molestó en revisar las cosas y la Humanidad está llena de heréticas chapuzas. El caso es que si Dios dice que no se trabaja, no se trabaja, y no hay más vuelta de hoja: es la voluntad divina. ¿A que es un chollo esto de la religión?

El cuarto ya se mete en cosas más concretas: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Porque hermanos, los padres siempre, pero absolutamente siempre, tienen la razón. No importa que os cuenten batallitas de sus tiempos y que el mundo de entonces no se parezca en nada al de ahora; tampoco importa que el progreso tecnológico haya puesto el planeta patas arriba y ellos aún no se enteren de la misa la mitad. Si el Señor dice que saben, saben, o sea que a callar. Además, viene bien tenerlos contentos, porque ahora Dios se ha refinado y no manda plagas de langostas contra el pecado, sino crisis económicas, y ya me diréis bajo qué puente os vais a meter si no podéis pagar la hipoteca y vuestros padres no os quieren acoger…

En definitiva, Dios Todopoderoso nos ordena salir de juerga y de paso tener contentos a los padres. Es otra de las contradicciones del Señor, porque como tendréis comprobado, a los padres no les suele hacer mucha gracia que os convirtáis en pendones, pero ya sabéis que el camino de la santidad es largo y en ocasiones difícil de comprender. Lo bueno es que la Iglesia os da coartada; si vuestros progenitores os acusan de pendoneo, podréis replicarles, con razón, que estáis difundiendo la palabra de Dios. ¡Y pensar que con estas condiciones todavía perdemos feligreses! ¿Qué más queréis?

Hala, hermanos, rezadme cuatrocientos padrenuestros, ¡y no pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!