lunes, 18 de febrero de 2008

Sermón del 7 de diciembre

El Padre Marciano se estrenó en "¿Hay alguien ahí?" comentando la actualidad de la primera semana de diciembre de 2007.


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1 comentario:

Señor Pato dijo...

Ave María Purísima.
Queridos hermanos, este mundo loco de blasfemia y depravación nunca deja de sorprendernos. Las buenas formas se pierden, las costumbres se relajan, la moral se corrompe. Esta santa tierra se está llenando de ovejas descarriadas. Y buena parte de la culpa la tienen las malas influencias que nuestra otrora sana juventud recibe de otros países llenos de protestantes, de bestias herejes.

Oíd, por ejemplo, las últimas noticias que nos llegan de la pérfida Inglaterra. Nada bueno se puede esperar de un país infestado de ingleses, de jugadores de cricket y bebedores de té, esa hierba maléfica que crece en las lindes del mismísimo infierno.

En Inglaterra, decía, cerca de Londres, se ha dado el caso de un hombre a quien la justicia obliga a hacerse cargo de sus hijos. Pensaréis: es lo normal, dijo Dios “honrarás a tu padre y a tu madre” (de la suegra no dijo nada) porque todo niño debe tener un padre y una madre, como dicta la ley natural. Por una vez la justicia no ha cometido ningún dislate.

¡Pues suerte tiene ese padre de que por ahora haya sido la justicia terrenal, y no la divina, la que ha metido baza! Porque habéis de saber, hermanos, que esos niños ¡son fruto de una cadena de pecados!

Para empezar, los críos no tienen una madre, sino dos, porque han nacido en el seno de una unión de mujeres. ¡De una pareja de desviadas! Nuestro Señor no ve con buenos ojos un ayuntamiento carnal de personas del mismo sexo; es más, le asquea, le provoca nauseas y le revuelve la barriga. ¿Os imagináis, insensatos, el poder destructivo de una pota divina? ¡Reíos de Egipto y sus plagas de langosta…!

Pero no queda ahí el despendole. Dios inventó la biología no sólo para tocarles las narices a los científicos, sino para intentar poner un poco de orden entre tanto bicho como se le escapó durante la semana aquella que le dio por hacer horas extras. Y una parte de la biología dice que para que un animal se reproduzca, tiene que haber un macho y una hembra. Bueno, vale, sí, se le escapó algún gusano hermafrodita, pero seamos serios, ¿quién se fija en esos detalles?

En este punto es donde interviene el hombre inglés. Resulta que para que las señoritas pudieran tener el capricho del bebé, les hacía falta un padre, como es natural. Y el buen hombre accedió a prestarles su semilla. ¡Como si fuera una cosa que se pudiera ir repartiendo así como así! ¿Acaso no sabéis, insensatos, que cada vez que la sacáis de vuestro cuerpo de forma injustificada, y siguiendo métodos no homologados por la Santa Madre Iglesia, el Niño Jesús llora y el Espíritu Santo, para consolarle, mata un gatito? ¡Acordaos de eso la próxima vez que tras una noche de pacto con Satán os duela la muñeca!

Para acabar de ofender al Señor, la diabólica pareja de féminas ahora ha puesto fin a su vínculo matrimonial. Porque por lo visto allí también se pueden casar, no somos la única nación que tendrá pase VIP en el Averno. Y ahora al padre, a quien habían prometido que no iba a tener ninguna responsabilidad futura para con los críos, le reclaman que se haga cargo de ellos. El pobre hombre dice que no puede porque se casó por su cuenta y no le queda ni un penique. Pero a la legislación inglesa, de la época victoriana, donde las cosas se hacían con la cabeza (y con el pelucón de los rizos blancos que sale en las películas), le da lo mismo: si la donación es privada, y no a través de una clínica, el responsable de todas las consecuencias que se deriven es el pervertido practicante del vicio de Onán.

Desde aquí no nos queda más que rogar al Señor por los niños y pedir que no les mande a uno de esos colegios británicos de jersey y corbata. Y también debemos orar por el alma de todos estos endemoniados, aunque dadas las circunstancias, mucho propósito de enmienda van a tener que hacer para no acabar de becarios en el reino de Belcebú.

Hermanos, rezadme seis o siete padrenuestros y unas cuantas avemarías, ¡y no pequéis, recordad que el Jefe lo ve todo!